Cada otoño, comienza una migración extraordinaria. Desde tan al norte como Canadá y el norte de Estados Unidos, las delicadas mariposas monarca emprenden un viaje de hasta 4,000 kilómetros. No se guían por la memoria, pues ninguna mariposa completa el viaje de ida y vuelta, sino por un instinto grabado en lo más profundo de su ser, que las conduce a los mismos bosques de México central que conocieron sus antepasados.
La vida de las monarcas es un ciclo de fragilidad y resistencia. Las que llegan a México forman parte de la “generación Matusalén”, que vive hasta ocho meses, mucho más que sus antecesoras nacidas en verano que viven apenas semanas. En México, encuentran refugio: un lugar para conservar energía durante la temporada fría, beber de los arroyos de montaña y esperar hasta que la primavera las llame de regreso al norte. Su supervivencia depende de estos bosques; sin ellos, el ciclo terminaría.
A finales de noviembre, los bosques de oyamel en las zonas altas de Michoacán y el Estado de México se transforman en santuarios. Aquí, en reservas como El Rosario y Sierra Chincua, las monarcas se congregan por millones. El aire se llena con el aleteo constante. Las ramas se inclinan bajo su peso. Caminar por el bosque es como entrar en una catedral, donde el silencio solo se rompe con el susurro de innumerables mariposas alzando el vuelo con los primeros rayos de sol.
Visitar los santuarios es a la vez sobrecogedor y profundo. No se trata de un espectáculo preparado para los ojos humanos, sino de un drama natural que ocurre tal como ha sucedido durante milenios. Observar a las monarcas nos recuerda el delicado equilibrio que une la vida a través de continentes, y la responsabilidad que compartimos de protegerlo.
Y aunque los documentales pueden capturar la belleza de esta migración, nada se compara con estar entre los árboles de oyamel, sentir el roce de las alas contra tu piel y ser testigo del río viviente de naranja y negro.
Ven a caminar estos senderos del bosque conmigo. Déjame llevarte al corazón de los santuarios de las monarcas, donde la naturaleza habla con alas y silencio, y donde cada visitante sale transformado.
Carlos


